Tras la misión Rosetta, la ciencia se ha centrado en encontrar respuestas a diversas teorías sobre el origen de la vida en la Tierra haciendo el análisis de moléculas orgánicas que ayuden a entender un poco mejor el origen del Sistema Solar.
La sonda, denominada Osiris-Rex, tiene previsto despegar en otoño de 2016 para aterrizar en 2018 en el asteroide bautizado Bennu en honor a una antigua deidad egipcia equivalente al ave fénix. Y volver a la Tierra cinco años después. Su diámetro es de 500 metros, es el cuerpo celeste más peligroso para la Tierra de todos los que se conocen, ya que tiene una probabilidad muy alta (1 entre 2.500) de colisionar con la Tierra.
Su objetivo es captar muestras e imágenes de su superficie y así poder realizar un inventario con los materiales que estuvieron al inicio de su formación. También obtener más datos de la formación del Sistema Solar.
"Gracias a que tenemos la posibilidad de traer material de vuelta a la Tierra, podremos realizar un análisis mucho más exhaustivo que aquel realizado mediante los instrumentos de una sonda espacial", indica Edward Beshore, profesor en la Universidad de Arizona.
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